El otro día, una amiga me lanzó una advertencia:
“Ten cuidado, verifica tu perfil en redes para aumentar su seguridad… plantéate lo que te puede suponer si lo pierdes.”
Y esto me ha hecho reflexionar profundamente en la ultima semana.
Porque más allá de la lógica que hay detrás (proteger una herramienta profesional, cuidar un canal de comunicación valioso), esa frase tocó algo más esencial: la identidad.
Nuestro perfil online se ha convertido en una forma concreta de mostrarnos al mundo. Para todos aquellos que no nos conocen presencialmente, eso que compartimos (fotos, pensamientos, logros, palabras, símbolos) se convierte en la narrativa de lo que somos. Nos permite ser vistos, reconocidos, recordados.
Y en ese reflejo virtual, nos vamos también reconociendo a nosotros mismos.
Nos sentimos definidos por esa imagen.
Nos sentimos validados (o no) según cómo resuene en los demás.
Pero esa no es la única identidad que construimos.
También, en la vida diaria, vamos tejiendo una imagen de quienes somos: en la familia, en las amistades, en la pareja, en los círculos espirituales o laborales. Vamos dejando pistas, señales, formas, maneras. Nos acomodamos en ciertos papeles. Nos defendemos desde ciertos rasgos. Y muchas veces, sin darnos cuenta, empezamos a depender de que esa imagen se mantenga intacta.
¿Por qué?
Porque nos da sentido. Porque creemos que sin ella nadie sabría quiénes somos. Porque tememos al vacío que deja el no tener nada sólido con qué identificarnos.
Nos volvemos fieles guardianes de lo que creemos ser.
De lo que hemos dicho. De lo que hemos hecho.
Del nombre que nos han dado y del que nos hemos dado.
Pero… ¿y si un día todo eso desaparece?
¿Y si se borra el perfil, o si ya no encajamos en el personaje que solíamos representar?
Entonces se abre la posibilidad: la desidentificación.
No como una negación de lo vivido, sino como una liberación.
Como una respiración profunda que nos permite soltar el peso de tener que ser siempre “alguien”.
Como un descanso del esfuerzo de sostener una imagen.
¿Qué hay más allá de esa identidad que tanto defendemos?
¿Qué aparece cuando ya no hay etiquetas, ni perfiles, ni roles?
El alma no necesita ser validada para ser real.
El corazón no necesita ser entendido para seguir amando.
El espíritu no necesita perfil para irradiarse.
Tal vez, soltar lo que creemos ser no sea una pérdida, sino una puerta.
Una rendija hacia lo que somos sin esfuerzo, sin adorno, sin necesidad de verificación.
Un regreso al Ser que no necesita mostrarse, porque simplemente es.
Entonces…
¿Podríamos soltar esa identidad sin miedo?
¿Podríamos habitar el vacío que queda cuando ya no hay nada que demostrar?
¿Podríamos vivir desidentificados, sin dejar de estar plenamente vivos?
Quizá perder lo que creemos ser, es la única vía para descubrir lo que realmente somos.
Con amor,
Carlos Niwe